Tras un periodo de larga y profunda crisis, en un momento de grandes cambios, la industria conservera sirvió de impulso para la entrada de la villa en la modernidad.
Una gran parte de las capturas de pesca barquereñas como el besugo y la sardina eran destinadas al mercado meseteño durante los meses de invierno, estación, en la cual, el pescado fresco podía conservarse hasta las plazas castellanas. El transporte de la mercancía era lento y dificultoso mediante arrieros, que conservaban el pescado adobado en limón, con nieve y helechos. Por esta razón, se necesitaba un cambio en las técnicas de conserva, imponiéndose desde finales del siglo XIX el empleo de la salazón, el escabeche, el ahumado o el curado.


La producción en escabeche de la sardina, el bonito o el chicharro, junto con otros productos como los moluscos en aceite o el marisco, formaron la base de la economía pesquera mediado el siglo XX. En consecuencia, el tejido social de la villa se encontró ligado a este sector, hasta que el deterioro en la producción y la llegada del turismo, diversificó a los barquereños hacia un nuevo modelo económico. En la actualidad junto al embarcadero del calafate se encuentra en funcionamiento la única conservera de anchoas de la villa.