
La Mancomunidad Saja Nansa tiene una especial vinculación histórica con la producción de hierro.
Desde el siglo XV se documentan la ubicación de diferentes ferrerías a lo largo de los ríos de la comarca: como en Movellán y La Cocina durante el siglo XVI sobre el río Escudo; en Santa Lucia junto al río Saja; y en el Nansa entre las localidades de Cosío y Pesués, como la Ferrería de Labero en Val de San Vicente, en funcionamiento a principios del siglo XV, la de Pieño en Camijanes que funcionó entre los siglos XV y XVII, dos ferrerías en Rábago cuya mayor actividad se desarrolla en el siglo XVI, y las de Cosío y Cades destacando entre ellas esta última, abierta en la actualidad al público como centro de interpretación de la actividad férrea en el valle. El trabajo de las ferrerías se sucedería sin interrupción hasta mediados del siglo XIX, cuando tras las nuevas necesidades causadas por la Revolución Industrial, dejaron de ser competentes frente a los nuevos altos hornos, que satisfacían en mejor manera tanto la demanda interna como externa, en un momento en que la producción de hierro aumentó sin parangón.


Las ferrerías tenían la labor de transformar el mineral de hierro en metal, para lo cual utilizaban carbón vegetal calentado a una temperatura de entre 800 y 1200 grados. Posteriormente, se realizaba la extracción de la escoria con la consecución de varios golpes efectuados por un martillo hidráulico, para, finalmente, llevarlo a la forja donde se le confeccionaría su forma definitiva. El trabajo de los herreros consistía, con carácter general, en la elaboración de diferentes herramientas para el campo, desde los aperos de labranza utilizada por los agricultores, hasta la dificultosa elaboración del campanu (cencerro que los campesinos colocaban en torno al cuello del ganado para conocer su localización, y que identificaban gracias a su sonoridad).